El enigma de Darwin by Michael A. Rothman

El enigma de Darwin by Michael A. Rothman

autor:Michael A. Rothman [Rothman, Michael A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2023-04-15T00:00:00+00:00


Una mujer respondió a la llamada de Juan.

—¿Diga?

—¿Kathy? —dijo Juan.

—No, soy su madre. ¿Quién la llama?

—Ah. —Juan soltó una risita nerviosa—. Tienen la misma voz. Soy el doctor… eh, Juan Gutiérrez.

—Un momento. Voy a buscarla.

Aunque las voces se oían amortiguadas, Juan oyó a la madre de Kathy llamándola. Al cabo de un instante, Kathy se puso al teléfono.

—¿Juan? Me alegro mucho de saber de ti. Perdona por no haberte llamado antes, pero estaba preparando las cosas para volver a la universidad.

—Ah, no te preocupes. Solo quería saber cómo está tu padre.

—Qué amable por tu parte. Lo cierto es que está fantástico. —Bajó la voz y susurró—: Al principio me preocupaba que le hubieran dado un placebo y que, ya sabes, que eran imaginaciones mías que estaba mejorando. Pero te juro que en solo un mes ya se le nota que no siente tanto dolor como antes.

—Cuánto me alegro. ¿Qué han dicho los médicos de su progreso? ¿Le han hecho más escáneres para ver cómo reaccionan los tumores?

Kathy resopló.

—Papá es terco como una mula. Dice que ha intentado llamar a los médicos del ensayo y que les dejó un mensaje. No para de decir que, como se encuentra bien y como la clínica de veteranos no lo persigue para hacer el seguimiento, pues que no tiene ganas de volver. Mamá va a encargarse de que vaya a hacerse una visita, pero eso será cuando yo haya vuelto a la universidad.

Juan frunció el ceño mirando al teléfono. Todo paciente de un ensayo debía someterse a un seguimiento minucioso.

—Espero que la cosa siga mejorando, pues.

—Yo también lo espero. La verdad es que estoy en deuda contigo. Espero que dejes que te muestre todo mi agradecimiento de algún modo.

—No hay nada que agradecer. Deseo que tu padre mejore.

—Qué amable eres. ¿Qué tal va el trabajo?

Juan pensó en los destrozos de su apartamento, en el hecho de que AgriMed hubiera creído necesario asignarle personal de seguridad y en la preocupación acerca de que alguien hubiera robado partes de su trabajo.

—En el trabajo todo bien. No doy abasto.

—Ya me imagino. Yo vuelvo a la universidad la semana que viene y va a ser una locura. Voy a hacer dos asignaturas de las difíciles que me van a hacer sudar de lo lindo.

—Bueno, si necesitas ayuda, dímelo.

Kathy se echó a reír.

—Lo que te faltaba. Pero a lo mejor, cuando tengamos tiempo, podemos hacer algo relajante. Como ir al cine o algo así.

A Juan se le paró el corazón. ¿Significaba aquello que le interesaba? Por supuesto, lo más probable era que estuviera agradecida por su ayuda.

—Me encantaría. Di cuándo y me lo monto.

A través de la conexión telefónica, Juan oyó a alguien hablando de fondo.

—Oye, tengo que dejarte. Disfruta de tus padres y quedamos cuando estés en la ciudad.

—Descuida —dijo Kathy—. Te llamaré cuando esté de vuelta en Washington. Hasta pronto.

La línea quedó muda y Juan desvió su atención a los contactos que tenía en el teléfono. A Juan le inquietaba más su siguiente llamada: a Steve Chalmers.



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